jueves, 2 de febrero de 2012

¡Nuevo Blog!

Gente, amigas, amigos, bloguer@s mí@s, me cambio de blog. (cajadessorpesas.blogspot.com) Razon: La verdad, no lo sé muy bien, supongo que quiero empezar algo nuevo :) Sí, he vuelto a sonreír, sonrío y me gusta. Lo cierto es que, no sé si volveré, supongo que sí, alguna vez, éste es mi paraíso perdido y aquí he estado mucho tiempo pero, ahora creo que la vida me depara muchas sorpresas... :)
Espero que os guste mucho y que lo sigáis! yo os sigo a todas y todos, tranquilos. Un beso enorme! Especialmente a Mara, que tiene un blog que es una pasada. Otro para Clementine, que es preciosa y espero que no pare de sonreír.

SIEMPRE AQUÍ! <3

lunes, 9 de enero de 2012

La tradición de las chicas de Peter

El muchachito se encaminó a mí, casi levitando, con una mirada inquisidora. 

-¿Un dedal?

        Estaba tan cerca de mí que sentía su aliento de pan dulce. No pude contener las ganas de estamparle un suave beso en los labios. Atónito, Peter me miró de arriba a abajo mientras se llevaba los dedos a sus labios rojos y húmedos. Sonreí inevitablemente y, para mi sorpresa, él también sonrió. Me llenó la boca de dedales en una décima de segundo. Le aparté riendo.
- Espera, espera...¿Qué haces?
- Darte dedales. Son un regalo bonito.
- Hemos ido directos al grano, sin protocolo.

       No contestó. Revoloteó por la habitación, curioso. Le pregunté por Campanilla. Me dijo que probablemente estuviera muerta. La recordaba vagamente, dijo. Yo le contemplaba absorta flotar dentro de mi cuarto, como una mariposilla alegre. Entonces decidí buscar en el cajón de mi mesita hasta que encontré un colgante en el que ponía mi nombre con letras egipcias y se lo entregué. 

- ¿Qué es eso?
- Un beso.

Sonreí. Me gustaba seguir con la tradición de las chicas de Peter. Seguro que siempre había sido así, desde tiempos de Wendy Darling. Se lo colgué del cuello. El lo miró con orgullo y me entregó un ramito de lavanda que llevaba entre las hojas de su traje tan bien confeccionado. 
Guardé las flores en una cajita. La habitación huele siempre a Peter Pan. No estoy segura de que sean lavandas, aunque tenían todo el aspecto, desde luego no olían así. Olían como a felicidad. No tenían ese aroma fuerte de la lavanda. 

- No es posible que te cayeras del cochecito, Lucy. Yo habría notado que te habías caído. Las hadas de Kensington Gardens me habrían avisado. Tú no deberías estar aquí. Tendrías que estar conmigo divirtiéndote siempre.
- ¿En Nunca Jamás?
- ¡Sí! ¡Con los niños perdidos! Estarán deseando que los conozcas. Además te contaremos cuentos.
- ¿Cuentos? ¿Tú sabes contar cuentos?
- Claro que sé. Sé muchas cosas. 
- ¿No será que sabes contar cuentos porque alguien te los contó una vez?
- ¿A mí? Qué estupidez, siempre he sabido contar cuentos. No necesito una madre. Las madres son odiosas. Ven conmigo...Te enseñaré a volar, Lucy.

domingo, 27 de noviembre de 2011

La noche del milagro

Ahí va más de El beso de Margaret, ¡espero que os guste! :D

Continuando con esta lata de diario que me ha aconsejado la dichosa psicóloga, relataré el maravilloso suceso de que fui testigo anoche. Como ya os he contado en páginas anteriores, hacer varias noches que ocurren cosas raras. Mi hermano se acuesta temprano y cierra su ventana con fuerza. La mía se abre sola. Debería preocuparme pero, no sé por qué, me parece como un presagio de algo bueno. Entran copos de nieve que lo empapan todo y tengo que cerrar a toda prisa (Londres es terrible en invierno). Lo que me preocupa es ese dichoso libro (tengo que quitarme ese adjetivo-muletilla, lo sé) que reposa sobre mi escritorio. ¿Será posible que exista tal cosa? Hace tiempo que dejé de ser una niña, lo cual me horroriza porque, si os digo la verdad, nunca tuve ocasión de ser una niña de verdad. Siempre estuve llorando, asomada a la ventana. ¡Eso no es una infancia! Mis tíos me prohibían leer cuentos y me inducían a crecer aprisa. Todo lo mínimamente infantil les resultaba odioso y quedaba prohibido. Sin embargo siempre he tenido sueños (gracias, Reina Mab). Por eso elegí la psicología infantil, supongo. Aunque detesto la universidad, detestaba el colegio y seguramente detestaré el despacho en el que trabajaré el día de mañana...
En fin, a lo que ibamos, señoras y señores, niños y niñas de todo el mundo que leáis este diario, os relataré el suceso de anoche:
Anoche me asomé a la ventana mientras nevaba, a la eterna espera del milagro. Esperaba el milagro desde que nací. Todas las noches me asomaba a la ventana y ya no recordaba por qué. Añoraba aquella ilusión de la infancia que jamás tuve. Nada. Ni una mísera estrella fugaz se atrevió a surcar el firmamento. Sólo la contaminación lumínica me apabulló como una bofetada terrible. Me senté de nuevo al escritorio, dispuesta a continuar con mi dichoso estudio. Reconozco que me da vergüenza que la gente vea mis apuntes universitarios. Son infantiles, la letra apenas se entiende y están todos mis folios repletos de dibujos. Nunca creceré, no os apenéis por mí, soy de las que no les gusta crecer. Pues bien, siempre dibujo en mis apuntes la cara de mi madre para no olvidarme de cómo era. No quiero olvidarme de ella nunca. Yo no tuve madre. Se murió antes de que pudiera despedirme. Recuerdo muy poco de ella, sólo las cosas pequeñas. Recuerdo su olor cuando me abrazaba y la delicadeza con que me peinaba por las mañanas. Recuerdo que me enseñó a atarme los cordones. Sus manos eran suaves y sus mejillas estaban siempre agradablemente frías cuando entraba en casa y me daba un beso. Era suave y olía a albaricoque. Ya no está. Mi hermano y yo lloramos amargamente largas horas. Él dejo de leer cuentos porque, ya que es algo mayor que yo y la recuerda muy bien, decía que los cuentos le recordaban a ella. Yo sin embargo los leía fervientemente. Era mi manera de escapar y sentirme acompañada. Mi padre nos dejó con mis tíos cuando yo cumplí los seis años y mi hermano tenía casi diez. No podía o no quería cuidarnos. Mi infancia no fue idílica. 
Volviendo a mis apuntes y a la cara de mi madre por todos lados, anoche, la ventana se abrió de golpe, como con un soplo de viento, y un niño precioso que se parecía a mi madre, entró volando y se posó suavemente a los pies de mi cama. Yo empecé a llorar. No sé si habían sido las pastillas, el estudiar hasta tarde o, simplemente que ya estaba loca del todo por no madurar. Se acercó a mí curioso:
-Niña, ¿por qué lloras?





 besos enormes para todos,


Sargenta Pimienta

domingo, 13 de noviembre de 2011

Besos y dedales

Os dejo un trozo de El beso de Margaret, intento de novela en la que estoy "trabajando" junto con Daniel (y su historia de amor con Víctor) y junto con mi guión que pronto será corto si todo va bien (además es trabajo obligatorio para la uni)...Isla está dormidita en brazos de su hermana Julia y me da pena despertarla. Además sé que Sebastián las mira con arrobo y deleite mientras fuma de su pipa de opio (ya retomaremos esa historia) Esto, es sobre la mente de los niños, los adultos y cómo todo podría ser más hermoso. Es una historia dentro de otra historia. Tiene algo que ver con Peter Pan, la infancia perdida y las ansias de Lucy por regresar a ella. Es una historia muy, muy, muy documentada a base de libros de psicología infantil de literatura específica y muuuuchas cosas que han creado un collage muy guay.
Creo que os gustará, aunque alguno le haya cogido cariño a Isla también piensa
¡Deseando haceros disfrutar!


Comprendes que no tiene nada que ver contigo cuando cumples los dos años. Es el principio del fin. En ese momento sabes que tienes que crecer y que es inevitable. No puedes ser una niña adorable de manitas rechonchas y ricitos dorados toda tu vida. Creces, te olvidas de ser insensible e inocente y pasas a comprenderlo todo, o al menos eso crees. Siempre pensé que eso es lo peor de las personas mayores, que creen comprenderlo todo. Hablan de altas finanzas como si eso fuera lo más importante del mundo. No es que lo sea, es que creen que lo es. Les cuentas lo bonito que tiene el pelo la sirena de la laguna y, con una sonrisa sabionda, sin mirarte siquiera, te dicen que no existe tal laguna. Te quedas mirando por la ventana esperando el milagro. ¿Y si los adultos recordaran que un día fueron niños? ¿Podrían tal vez recordar que en una ocasión fueron inocentes e insensibles? Sería realmente halagador para los niños que una mañana todo el planeta se llenara de besos y dedales. Que los adultos recordaran sus sueños más recónditos, más delicados, y los acariciaran con ternura, rieran un rato largo y después salieran todos juntos a jugar de la mano, olvidando sus diferencias del día anterior. 
Los adultos creen que sólo ellos están solos alguna vez. Nadie comprende que también es duro ser niño. Nadie comprende que también los niños se sienten solos. Por las noches abren la ventana a la espera del milagro. Yo lo hice tantas veces, en mi mente, una ventana dulcemente abierta, y una playa llena de fantasías maravillosamente tangibles. Besos y dedales por todas partes, juegos y aventuras infinitas, el sueño enamorado de una niña, la felicidad de estar al lado de ese niño maravilloso que tanto se parece a los besos olvidados de una madre ausente.
Sería tan sencillo reservar un trocito del cuerpo para ese niño que fuiste y sacarlo a la luz cuando todo vaya mal...













Abrazos, 

Sargenta Pimienta

martes, 27 de septiembre de 2011

Rendida, pero me recuperaré enseguida

Qué lástima. Tengo la segunda parte de la historia de la bella Clementine pero simplemente no quiero publicarlo hoy, no. Estoy pensando en tantas cosas a la vez que no sé por dónde empezar... Rendidita estoy... Eso siento, que estoy rendida. Me gustaría sentir otra cosa pero estoy rendida. Rendida totalmente. Me siento contrariada. Debería meterme en el gimnasio hasta que sea la hora de ir a la autoescuela a prepararme para el examen de mañana (el teórico). Parece que esta semana (que está siendo dura) yo tenga que hacer el doble de esfuerzos. En fin, a por todas, eeaa. Ojalá se parara el mundo un rato para que pudiera respirar.


domingo, 18 de septiembre de 2011

Oh my darling, Clementine

In the cavern, in the canyon, excavating for a mine
there's a miner fourty-niner and his daughter Clementine...

El canto se escuchaba en todo el Monte Pelado. Parecía un convento de clausura, a veces un palacio blanco lleno de monjes budistas, pero en realidad, se trataba de una prisión. 
En aquella prisión tan aparentemente normal se hallaba recluída una bellísima princesa, el nombre de cuyo reino nadie confirma con seguridad pero todos recuerdan lo maravilloso que era. Se trataba de un reino anaranjado, bañado de dulces mandarinas, y flores de azahar.
Ese reino lo había fundado un humilde minero que, gracias a su esfuerzo había conseguido que una tierra yerma se convirtiera en aquella belleza incalculable. El minero tenía una hija: Clementine
Como en todos los reinos y en todos los cuentos de princesas, había unas brujas malvadas hasta límites insospechados que, una mañana teñida de gris plomizo, sacaron a la pequeña Clementine de su lecho palaciego y la encerraron en un castillo bello por fuera y oscuro por dentro. 
Nadie comprendería cuál fue la causa de tan terrible suceso, pues la princesa poco podía haber hecho nada salvo ser inocente y hermosa. 
A aquel tenebroso lugar en el que la confinaron las malvadas brujas no podía acceder nadie, ni siquiera su padre, que jamás la encontró y, desesperado, fue a buscarla a los reinos vecinos. 
Clementine, como único entretenimiento, tenía unas mandarinas a las que pintaba caras y ponía nombres. Se convirtieron en sus amigas y en sus inseparables confidentes y, más tarde, en sus salvadoras. Claro que, esto, todavía no lo sabía nuestra protagonista.
Hablemos ahora del castillo: Era tan oscuro que la pobre Clementine a penas veía nada en ninguno de sus habitáculos. No había espejos ni superficies mínimamente reflectantes donde la princesa pudiera contemplar su aspecto.
Pronto, la estancia se fue llenando de monstruos perversos que, cada cumpleaños, regalaban a la princesa un espejo deformante. Clementine contemplaba su terrorífico reflejo espantada y rompía a llorar. Podía soportar la soledad pero no la tortura a la que era sometida por los engendros que la acosaban a cada hora. 
Las dos brujas más conocidas, las que custodiaban la fortaleza y de vez en cuando se pasaban a visitar a la dulce princesa, se llamaban Annei y Myae. Annei se dedicaba a retirar toda clase de alimentos del alcance de Clementine y la mantenía así, sin ingerir ni uno sólo durante días enteros. Clementine lloraba desesperada golpeando las ventanas y los pórticos, muerta de hambre y desolación. Después de una semana, la otra bruja, Myae, aparecía con un séquito enorme que le ofrecía un suculento y opíparo banquete. La princesita lo devoraba sin pensar hasta sentirse enferma.
No podía soportar aquella manera de comer. Había perdido el placer de disfrutar de un delicioso plato de comida. La convirtieron en una insatisfecha, tanto, que comenzó a odiarse a sí misma en la soledad de su prisión.
Una tarde, Clementine contempló a sus pequeñas mandarinas, todas sonrientes sobre el alfeizar de la ventana. Tomó, con suma delicadeza una de ellas y, con manos temblorosas comenzó a arrancarle la piel. La desmembró e introdujo en su indiferente boca un jugoso gajo. Sintió náuseas al recordar los copiosos banquetes de Myae y las semanas de ayuno a los que la condenaba Annei. Sus pequeñas amigas, las mandarinas, eran, al fin y al cabo, comida, aquella tortura insufrible. Clementine, furiosa, lanzó una por una con todas sus fuerzas todas las mandarinas a través de la ventana.
Una de ellas, la menos sonriente de todas, fue a propinarle un buen golpe en la nuca a un joven que paseaba con su caballo por los alrededores...


Continuará :)


Espero que os guste el final de este cuento lleno de moralejas y enseñanzas que he creado para mis blogueras ;) un abrazo y beso enorme para todas




Sargenta Pimienta

martes, 23 de agosto de 2011

Nostalgia de otra época


Lucy se pasa las horas reclamando una bicicleta nueva. El sol abrasa el asfalto y ya ni siquiera el repartidor de periódicos se atreve a pasar. Ya no se escucha el suave timbre de su manillar. Lucy quiere una bicicleta con timbre, lo tiene decidido. La suya está destrozada desde que se cayó por el barranco de Rushmoore. Sus padres le habían advertido que no se acercara al barranco con la bicicleta porque era peligroso. No se rompió ni un brazo ni nada de lo que auguraban sus padres pero, eso sí, la bicicleta estaba absolutamente inutilizada. De hecho, Lucy la abandonó en el barranco. Cabreada y cabizbaja, Lucy implora una bicicleta para poder ir al cine de verano con sus amigos. Todos tienen bicicleta. Nate Wallace, el chico de sus sueños, acaba de comprarse una con un faro enorme y todo. Es injusto. Nate es callado, dulce y como de terciopelo. Acaba de cumplir los catorce aunque es bajito para su edad. Kayleigh Lynch es la mejor amiga de Lucy, llevaba gafas, ortodoncia y hace las pompas de chicle más grandes que nadie jamás ha visto. Por lo menos en todo Rushmoore. Charles y Gary McKinney también tienen bicicleta, al igual que Kayleigh. Incluso el pequeño Billy Boy Curtis tiene una. Todos tienen bicicleta. Braddy Cohen tiene un walkman y Jane Fitzgerald, un stereo magnífico. Lucy sólo tiene un walkie-talkie que le regaló Kayleigh en su décimo segundo cumpleaños y que está algo destartalado. Todos salen por el pueblo con sus cascos puestos, Jane con su pelo alborotado y Billy Boy Curtis con su gorra de béisbol. Comen patatas fritas con ketchup en la nocturnidad de Rushmoore, cerca del cine de verano, hacen bromas sobre lo gorda que está la madre de uno o de otro mientras las chicas comentan el último modelo de sus zapatillas Nike. Son una pandilla genial. Por las noches, a veces piden pizza en casa de Gary y Charles y bajan al garaje a jugar con las novedades electrónicas o a contar leyendas de Rushmoore, o del instituto Rushmoore o, simplemente a ver grabaciones con el reproductor de Super 8 de el señor McKinney, el padre de los dos hermanos. Billy Boy Curtis está obsesionado con Darth Vader y, las chicas (incluída Lucy) con Cyndi Lauper y su Girls Just Wanna Have Fun.
"Cuando estrenen E.T. iré a verla con vosotros al cine de verano. Si tengo bici nueva, claro..." dice Lucy con voz queda. Kayleigh revienta una rosada pompa de chicle y conecta el Stereo de Jane mientras los chicos hablan de sus cosas en un rincón...
Y suena My Sharona!







Super 8 me ha inspirado unas breves imágenes y un texto que he querido compartir con todos. Supongo que a muchos os traerá recuerdos :) Aquí os adjunto mi crítica ;) (podéis verla también en filmaffinity junto con otras más: marina bianchi)

J.J Abrams nos ha tocado la fibra sensible del cinéfilo. Spielberg ha producido la película de sus sueños. ¿Hemos viajado en el tiempo? Algo parecido. Se nos ha mostrado una película de las que hace mucho que no veíamos, de esas que llegan a nuestro tierno corazón de niño. Hemos evocado flashes nostálgicos de 'E.T.','Los Goonies',' Cuenta conmigo', incluso 'Indiana Jones' o 'Regreso al futuro'.
Esta mezcla deliciosa de recuerdos de niños en bicicleta - como aquéllas voladoras que tanto mitificamos en 'E.T.'-, pandillas inseparables y con una ilusión común a pesar de poseer personalidades tan individuales, como las de los personajes de los tebeos, es la que nos regala la bella 'Super 8'. Los protagonistas son adorables y, mágicamente, es como si los conociéramos de toda la vida, porque, realmente, hemos visto a esos personajes alguna vez.
Lo original e innovador, es realizar un film pseudo pulp, de otra era, otra tendencia, con tanta maestría como lo ha hecho Abrams. Los personajes - tal y como conocemos a Spielberg-,diría que tienen un sello biográfico por aquello de la cinefilia y el entrañable y tan sumamente auténtico rodaje de la "película" de zombies con la rudimentaria cámara en la que todos los niños colaboran.
'Super 8' consigue despertar sentimientos olvidados en un trastero repleto de cintas de VHS cubiertas de polvo pero, eso sí, con un soplo de aire fresco y de una calidad cinematográfica sorprendente.
No encuentro pegas a esta maravillosa película que, más que un homenaje al cine de Spielber de principios de los años ochenta es un homenaje al cine en su totalidad. No sólo la elección y a su vez dirección de tan acertados y divinos protagonistas, naturales y espontáneos (parece que disfruten tanto o más que el director), sino también la perfecta dirección de arte, la hermosa fotografía y el divertido guion tan inteligente y puro como los niños de doce años.
La dulzura del guion, tan absolutamente acoplado a los protagonistas, no deja nada que desear. Desde el principio uno queda prendado de cada frase y cada secuencia. Esos guiones que ya no se hacen porque sencillamente resultan desfasados en la hipermodernidad que nos rodea y que sólo podían caber en esta idea genial (como quien hace una película muda en los días que corren, pero con suma elegancia y sobrada maestría).
Por otro lado, la historia homenajea a las tramas donde la pureza de los niños tiene poder suficiente como para comprender y enternecer a un monstruo y vencer incluso a las fuerzas militares (muy 'E.T.' y muy onírico).
Sensacional película a la que no le falta detalle, pues de principio a fin no puedes apartar la mirada de sus hechizantes imágenes y, una vez en casa, todavía te envuelve la suave calidez de su guion maravillosamente entramado y las deliciosas y casi comestibles escenas. No me cabe duda de que pronto, esta joya que, en mi opinión, ya resulta ser la mejor película del año, se convertirá en una cinta de culto. Absolutamente imprescindible.


Un abrazo enoooooorme,



                Sargenta Pimienta