La leyenda de la sirena blanca comienza así:
En un pequeño pueblo de pescadores, hace tantos años que a los habitantes se les han puesto los ojos vidriosos, comenzaron a danzar de boca en boca los vestigios de una vieja leyenda. Contaban que, en algún lugar de las profundidades marinas, había nacido una hermosa sirena. Nació blanca, tan blanca como la espuma de mar y con una espesa mata de pelo negro y recio, que fue cayéndosele a medida que pasaron los días y se iban terminando de formar el resto de sus pequeños órganos. Una fina aureola de vello dorado coronó su cabeza inmediatamente después. Su belleza era tan absoluta que todos los seres marinos acudieron a verla. Permanecía envuelta en espuma, sin abrir los ojos y con una serena sonrisa en sus pequeños labios. Pronto, el resto de habitantes submarinos comenzó a notar anomalías en en cuerpo de la pequeña oceánida. No podía respirar, pues la Naturaleza había colocado pulmones humanos bajo sus frágiles costillas en lugar de proporcionarle branquias como al resto de peces. Tampoco tenía aletas ni cola de pez, sino un bello par de níveas piernecitas. No sobreviviría en aquellas insólitas condiciones. Aquello lo sabían todos los seres que habitaban el fondo del océano. Ella, por su parte, aguantaba la respiración sin comprender aquella fuerte opresión y sin reparar en que su rostro comenzaba a amoratarse de asfixia.
Unos minutos antes de que la Muerte la convirtiera en un vulgar sargazo, la pequeña sirena tomó impulso y, casi sin pretenderlo, había nadado hasta la superficie y sacado su cabeza fuera del agua. Sintió por primera vez la caricia del sol y del aire cargado de salitre. La sirena respiró aliviada, llenando, también por vez primera, sus pulmones de oxígeno. Fue entonces cuando se atrevió a abrir los ojos, como empujada por un instinto animal. Los bellos ojos de color verde alga, que habían permanecido cerrados desde el día de su nacimiento. Dicen que la fuerte emoción la hizo llorar como lloran los recién nacidos al respirar por primera vez. Permaneció inmóvil y perdida, flotando sobre las profundidades del mar, hasta que las gaviotas la guiaron a la costa. A medida que pasaba el tiempo y la pequeña sirena iba nadando, su cuerpo de bebé se transformó en el de una niña y después en el cuerpo de una mujer, una especie de ninfa, la ninfa más hermosa del mundo, dicen.
La pelusilla dorada que, como si de una santa se tratase, aureolaba levemente su cabeza, había crecido y se había reforzado como una madreselva que cubría casi toda su espalda, contorsionándose en perfectas sortijas de oro. Su cuerpo era de una palidez extremadamente bella; sus muslos, sus pechos y sus mejillas eran rosados como el nácar de las caracolas y su boca era de un rojo frutal. Creo que ya he dicho que era el ser más bello que había existido jamás.
A medida que nadaba hacia la costa, el sol tornó rojizo su cabello dorado, cada vez más acordes los tonos con sus labios.
Dicen que nadó incansablemente hasta que llegó, al cabo de largo tiempo, a una pequeña playa. Unos dicen que esa playa estaba en la Costa da Morte de Galicia; otros dicen que se trataba de la playa de Salinas de Asturias .En ciertas versiones se nombraban muchas playas del norte de España, aunque, también se ha dicho que la leyenda procede de playas mediterráneas.
Aunque nadie sabe con certeza a qué playa fue a parar la hermosa criatura marina, lo que sí se asegura, es que hay un pequeño pueblo de pescadores, cuyo nombre no mencionaré para no promocionarlo, que está dotado de una belleza extraordinaria. Cuentan los habitantes de dicho pueblo, según las diversas entrevistas que realicé a los habitantes, que cuando el mar estalla en las rocas o cuando el viento agita las contraventanas de madera de las casitas que bordean la costa, se escucha la dulce risa de una muchacha y que, todo el pueblo, queda sumido en una especie de trance durante unos minutos...
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