viernes, 6 de mayo de 2011

La industria del cine

Hollywood es como para vomitar. No me vendería a sus productores ni por millones de dólares. Sería como vender mi alma al Diablo. Raymond Chandler y tantos otros, desde luego, fueron como prostitutas en ese frívolo nido de cineastas. Si eres escritor y te vas a Hollywood no harás otra cosa que prostituirte. ¿Quién quiere ser guionista en Hollywood? En serio, nunca entenderé como puede gustarle a un escritor que un director engreído le toque libremente las narices. Es ridículo, de verdad. 

En fin, todas estas disquisiciones sobre Hollywood y el cine me han venido a la mente desde que me enteré de la muerte de Salinger. Odiaba Hollywood y el turbio negocio del cine y, por supuesto, se negaba rotundamente a que llevarán El guardían entre el centeno a la gran pantalla. 
Desde 1951, ha sido uno de los libros más significativos, más cautivadores y, a pesar de todo, el más mencionado y citado en el cine después de la Biblia. En definitiva, un libro de culto. Increíble ¿verdad? Pues el señor Salinger los tenía cuadrados como quien dice, y jamás permitió que destrozaran su obra tan perfecta.
Yo, personalmente, estoy en contra de la idea que ha iluminado las perversas mentes de los hollywodienses. Ahora que Salinger ha muerto quieren apropiarse de los derechos de El guardián entre el centeno y ponerle cara a Holden Caufield.

¡Que me aspen! Horrorizada me hallo ante semejante noticia. En fin, como homenaje a Salinger citaré una de mis partes preferidas de El guardián entre el centeno y, creo yo, que la más indicada en esta ocasión.
Dice así:

"Cuando acabó la cosa esa de Navidad, empezó la maldita película. Era tan horrible que no podía apartar la vista de ella. Trataba de un tío inglés, que se llama Alec no sé qué, que va a la guerra y pierde la memoria en el hospital y todo eso. Sale del hospital con un bastón y luego se patea todo Londres cojeando sin saber quién demonios es. Es un duque, pero él no lo sabe. Luego conoce a una chica muy inocente y muy sincera que está subiendo a un autobús. El viento le vuela el maldito sombrero y él se lo recoge y luego suben arriba y se ponen a hablar de Charles Dickens. Es el autor favorito de los dos. Él lleva un ejemplar de Oliver Twist y ella también. Como para vomitar. Bueno, pues se enamoran enseguida porque a los dos les chifla Charles Dickens y él la ayuda a llevar una editorial que tiene ella. Es editora. Sólo que no le va muy bien porque su hermano es un borracho y se gasta toda la pasta. Está muy amargado, el hermano, porque era médico durante la guerra y ahora no puede operar porque tiene los nervios hechos polvo, así que bebe todo el tiempo, pero es muy ingenioso y todo eso. Bueno, pues Alec escribe un libro y la chica se lo publica y los dos ganan con él un montón de pasta. Van a casarse cuando aparece otra chica, Marcia. Marcia era la prometida de Alec antes de que perdiera la memoria y le reconoce cuando le ve en una librería firmando libros. Le dice a Alec que es duque y todo eso, pero él no la cree y no quiere ir con ella a ver a su madre ni nada. La madre ve menos que un murciélago. Pero la otra chica, la inocente, le obliga a ir. Es muy noble y todo eso. Así que él va. Pero no recupera la memoria ni cuando su gran danés se le tira encima, ni cuando su madre le la pasa los dedos por toda la cara y le trae el osito de peluche que él llenaba de babas cuando era pequeño. Pero luego unos niños que están jugando al criquet le atizan en la cabeza con una pelota. Entonces él recupera de golpe la puñetera memoria y va y le da un beso a su madre en la frente y todo eso. Pero entonces empieza a ser duque de verdad y se olvida de la chica inocente de la editorial. Les contaría el resto de la historia, pero si lo hiciera podrían vomitar. No es por no estropeársela ni nada de eso. No hay nada que estropear, por el amor de Dios. Pero bueno, al final Alec y la chica inocente se casan, el hermano se pone bien de los nervios y opera a la madre de Alec para que pueda volver a ver y el hermano borracho y Marcia se gustan. Termina con todos sentados a la mesa desternillándose de risa porque el gran danés entra con un montón de cachorros. Todos creían que era macho, supongo, o algo así. Sólo les digo que no vayan a verla si no quieren vomitar."

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